Lo que en política no se hereda, por Juan León Cornejo
Para avanzar en política, muchas veces hay que dar dos pasos atrás. Eso enseñan la experiencia y la historia. Lo hicieron hombres como Mandela, Gandhi o, más cerca de nosotros, Lula y Mujica. Lo hizo también Hugo Chávez, en sus primeros pasos políticos.
El 4 de febrero de 1992, Chávez se rindió tras un intento de golpe militar contra Carlos Andrés Pérez.
“Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados”, reconoció por televisión al asumir total responsabilidad del golpe en el que murieron 14 personas. Y tras dos años de prisión fundó su movimiento político para ganar, desde 1998, cuatro elecciones.
Su avance político comenzó con esos dos pasos atrás que su heredero fue incapaz de repetir el domingo, aunque en la campaña se dijo su hijo y pretendió imitarlo.
Si Nicolás Maduro hubiera entendido que el liderazgo no se hereda, habría comenzado a hacer su propio camino cuando anunció estar dispuesto al recuento total de los votos. Habría sido tal vez un paso atrás. Pero apenas después de lanzar el desafío, dio más bien dos pasos adelante en terreno deleznable: precipitó el anuncio oficial de su victoria y acusó de aprestos golpistas a su adversario.
El paso atrás de aceptar el recuento de votos le hubiera significado, de todos modos, una victoria política. De ratificarse el resultado electoral, habría legitimado de manera incuestionable su victoria. Pero, además, se habría garantizado autoridad política, y sobre todo moral, para imponer condiciones y resolver la acuciante crisis que debe ahora enfrentar.
Si el recuento daba un resultado contrario, reconocer la derrota le habría permitido comenzar a constituirse en el líder que buscan hoy, infructuosamente, los siete millones de seguidores de Chávez. Sin necesidad de imitarlo. Con el premio adicional de dejarle a su adversario de hoy la difícil misión de superar la crisis y darle un giro de 180 grados al modelo político y económico vigente.
Por paradójico que parezca, sus primeros pasos y el ejercicio con soberbia de un poder que somete descaradamente a todos los órganos del Estado a su voluntad, colocan a su adversario en una envidiable posición política.
Henrique Capriles aparece hoy como el defensor de derechos y principios conculcados. Y, sobre todo, tiene ya un liderazgo reconocido de, cuando menos, una mitad de venezolanos, frente a otra mitad frustrada en su orfandad.
Es que el liderazgo político no se hereda ni es fruto sólo de la lealtad y la obsecuencia. Se edifica en la lucha, en las calles, en las barricadas y en las prisiones.
*Juan León Cornejo es periodista.
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