El día en que San Borja se levantó contra la intervención a la marcha del TIPNIS

Fuente: ANF
“Estamos presos”. Éste fue uno de los mensajes que Víctor Hugo Párraga logró enviar a través de su celular, desde el bus en que había sido retenido junto con los marchistas del TIPNIS, luego de la intervención en Chaparina.

Los policías no le habían detectado que llevaba un celular. Logró comunicarse vía mensajes de texto con su familia, los cívicos y las “damas voluntarias borjanas”, dando alerta sobre la situación.
Y es que el factor comunicacional ayudó a frustrar la intervención que se desplegó contra la caravana aquel imborrable 25 de septiembre de 2011. Este elemento además se vio reforzado con los reportes de los medios de difusión masiva.

Cuando ocurrió el operativo, la enfermera Miriam Chávez también se encontraba en el lugar en una misión de asistencia médica. Ante la acción policial escapó hacia el monte, y llamó desde ese lugar al Hospital de San Borja, de donde la habían enviado junto a un doctor, justo ese día.

“Me han mandado a la guerra”, “vengan a ayudarme”, “manden ambulancia”, fueron las palabras que exclamó a sus superiores. Desde el centro médico enviaron dos ambulancias, una para rescatarla, y la otra para socorrer a los eventuales heridos.

Desde el bus en que se encontraba, Párraga enviaba mensajes como “estoy bien”, “estoy amarrado”, “vamos en buses”, “voy a San Borja”, “avisen”. No había margen para ser más explícito, sostiene.
Párraga -entonces presidente del Comité Cívico de San Borja- se trasladó ese día a Chaparina (a unos 35 minutos de su ciudad natal) a repartir provisiones y un novillo que se había recolectado para la marcha en su municipio.

“Justamente yo hacía entrega de esos víveres, cuando de inmediato vi la tropa policial. Al ver que éstos destruían los víveres, les increpé. Me agarraron y me identificaron como instigador. Me tendieron al piso, me pisotean y me ponen la cinta masquin”, relata.

Conocida la situación por los reportes de su presidente, en San Borja los cívicos se movilizaron. La noticia se esparció por el “boca a boca”, se tocaron las campanas, los medios informaron, salieron los jóvenes... todos ellos se trasladaron al camino para bloquear la vía hacia Trinidad (Beni), por donde se estimaba pasarían los buses con los indígenas.

Había dos razones de peso para que muchos ciudadanos borjanos reaccionaran como lo hicieron: la marcha que muchos recibieron el 1 de septiembre de forma afectuosa, brindando víveres y otros insumos, había sido reprimida; y que entre los “cargados” también estaba el principal líder cívico de esa localidad: Párraga.

Lorgia García, otra vecina de la zona, afirma que se enteró del hecho cuando fue a comprar ingredientes para hacer una torta para el día siguiente. Una conocida le avisó de los incidentes en la marcha. De inmediato, Lorgia fue a su casa y sacó dos banderas, una de Bolivia y la otra de Beni, y se fue al punto del bloqueo, ahí se quedó hasta que amaneció.

“Nos fuimos junto a un grupo de señoras y taxistas. Comenzamos allá el bloqueo, en la circunvalación, para que no pase, porque ya nos habían avisado que venía la flota llevándoselos a los indígenas presos y a nuestro presidente”, afirma.

En el hospital de San Borja, anoticiados por la enfermera, a las seis de la tarde, el personal médico envió dos ambulancias. En el trayecto, el ahora administrador de ese centro de atención médica, Johnny Santos, vio pasar dos flotas que llevaban a los marchistas detenidos rumbo a San Borja.

Tras recoger Chávez, Santos también se enteró que el médico que iba con ella, Alejandro Tintaya, había sido “cargado” a los buses junto a los originarios. “Entonces, nosotros llamamos a San Borja (y) comunicando eso”, recuerda.

Esa noche, el personal que se desplegó desde el Hospital de San Borja lograron socorrer a un herido, con lesiones. La mayoría había sido trasladada a Yucumo (a ocho minutos del epicentro del hecho).
No obstante, una ambulancia se quedó en la noche porque “la gente por el temor no salía del monte”, recuerda ahora el administrador.

Cuando los buses retornaron por la misma vía, debido al bloqueo en San Borja, los líderes cívicos se comunicaron con Párraga para preguntarle a dónde estimaba se dirigían. Cuando las movilidades atravesaban Yucumo, éste se dio cuenta de la ruta y respondió: “Vamos a Rurre (Rurrenabaque)”.

Entonces, los activistas llamaron a sus colegas de los municipios vecinos. Israel Rea, quien ahora es el presidente del Comité Cívico de San Borja, gracias a “la comunicación rápida que hubo” pudieron “reaccionar” y comunicarse con sus pares en Reyes y Rurrenabaque. “Si no hubiera habido eso, hubiéramos estado totalmente aislados”, sostiene.

Fue en Rurrenabaque donde la ciudadanía liberó a los indígenas y fracasó el operativo para dispersar la VIII marcha. Entonces, los originarios, fortalecidos por cómo se habían dado las cosas en su contra, decidieron retomar la caminata hacia la ciudad de La Paz desde el municipio de San Borja.

“Yo repetía soy médico, no les importó”, Alejandro Tintaya

Alejandro Tintaya cuenta que fue comisionado por autoridades del Hospital de San Borja para prestar asistencia a los marchistas del TIPNIS. El día en que se trasladó al lugar, junto con una enfermera, ocurrió la intervención policial.

Esa jornada, recuerda, llegaron a Chaparina a las 11:00 de la mañana y tras instalarse, comenzaron la atención médica. En la tarde, aproximadamente a las cinco, sucedió lo inesperado. “Los policías vinieron como una tropa de ganado atropellando gente”, rememora.

Asustado, comenta, le dijo a la enfermera que se escapara. Él afirma que les repitió a los policías: “Soy médico, soy médico”, pero afirma que “no les importó”.

Recuerda que lo agarraron a culatazos entre tres policías, que lo redujeron y lo enmanillaron. Cuenta además que llevaba, entonces, una cámara fotográfica para documentar su trabajo, pero por ello los efectivos lo acusaron de ser “espía”, lo que generó que “con más ganas” le golpearan.

Ya en Yucumo logró comunicarse con el hospital y desde ahí hicieron las gestiones para que lo liberaran. Al final, después de las súplicas de un colega suyo, quedó libre, pero las consecuencias aún le afectan.

Sostiene que durante seis meses sufrió un trauma psicológico: “veía a un policía, quería escapar”, y aún sufre convulsiones de por vida.

Además, perdió su trabajo y que sólo pudo volver a trabajar cuando la oposición volvió a ocuparse del mando de la Gobernación.

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