Un modelo para armar al perfecto político: heroico y estadista

Abecor
El perfecto dirigente debería ser combativo ante la adversidad y ver más allá de su circunstancia, identifican los especialistas.

Hay líderes que cambian el rumbo de la historia y la cultura política de sus países, como lo hizo Nelson Mandela con Sudáfrica; otros, que abren épocas de cambio en la región, como el extinto Hugo Chávez. Unos logran trascender, otros se quedan en el camino. Pero todos, en un momento dado, cultivan el encanto de sus seguidores hacia su persona.

Amado u odiado por igual, el líder político descollante es aquel con quien se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero nadie puede decir que pasa por el mundo de forma inadvertida, y sin dejar huella.

Muchos de ellos cayeron en desgracia, fueron perseguidos, apresados o exiliados, antes de llegar al poder. Mandela estuvo preso por más de 27 años, antes de ser Presidente su país, y lograr terminar con el régimen racista que imperaba en él; y Chávez, tras su intentona golpista en 1992, estuvo encarcelado por al menos dos años antes de ser electo presidente en 1998, y comenzar una ola de corte socialista en este lado del mundo.

¿Qué hace que un líder sea capaz de conquistar a la gente? ¿Qué rasgos debería tener el dirigente político ideal en "la Bolivia de hoy"? ¿Qué malas prácticas debería eludir este personaje?

Con el fin de contestar a esas interrogantes, y con la ayuda de cinco especialistas, Ideas se propuso trazar el perfil del "perfecto líder" político. En ese sentido, salvando las particularidades, se destaca que este personaje debe tener al menos ocho rasgos distintivos: tener un sentido heroico, que le haga ser capaz de enfrentar con denuedo las adversidades; ser luchador y perseverante; ser carismático; tener habilidad para escuchar; ser capaz de representar a las mayorías del país; ser honesto y transparente; contar con una mirada plural, que supere la bipolar (amigo/enemigo); y ser estadista, mirar más allá de su propia circunstancia.

En suma, debe ostentar condiciones estructurales del liderazgo como ser honesto, perseverante, combativo, aspectos que siempre debieran estar presentes en su forma de ser; y condiciones coyunturales, como capaz de "representar" efectivamente a las mayorías, y dejar de ver el mundo de forma bipolar (amigo/enemigo), aspectos que surgen a partir de circunstancias o épocas concretas.

¿Nace o se hace?

Una de las interrogantes infaltables en torno a la reflexión sobre una dirigencia política es si un líder descollante es innato o se construye. Al respecto, el sociólogo Franco Gamboa Rocabado sostiene que "todo liderazgo político se ‘construye’ con una fuerte dosis de capacidad, y por qué no hablar de un sentido heroico y discurso innovador para interpelar a grandes sectores populares".

Pero también debe tenerse en cuenta, como sostiene la socióloga Fernanda Wanderley, que los líderes políticos "son siempre" producto de su tiempo y emergen de la combinación entre historia personal y colectiva.

"Cuando revisamos la historia de Jesucristo, Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, José Mujica, Luis Inácio Lula da Silva o cualquier líder político en las diferentes fases de la historia de la humanidad, en el Oriente u Occidente, podemos reconstruir los procesos de formación de su personalidad en estrecha relación con el devenir de las sociedades en que están insertos", explica.

El "héroe carismático"

El sentido heroico hace referencia a que el líder es capaz de soportar y sobrellevar con denuedo aquellos avatares políticos que se le presentan, e incluso poniendo en riesgo su integridad física y personal, según Gamboa Rocabado.

Entre los rasgos que este investigador identifica, en torno a esta particularidad, están que el líder sabe aguantar las adversidades más duras sin mediación alguna, sufriendo en carne propia el exilio, cárcel, persecución y diferentes formas de escarnio.

"La persistencia en la lucha del líder convierte su carisma y trabajo en un sentido heroico que las masas siempre admiran al considerar que nadie sería capaz de los grandes logros del líder", sostiene.

Adicionalmente a ello, asegura que "el líder innovador y heroico jamás se plantea barreras tradicionales o conservadoras", sino que va detrás de "ejercicios revolucionarios y genuinos" algo que al final de cuentas refuerza su carisma.

Su atractivo, ¿y su ruina?

Precisamente "el carisma" (un atractivo inigualable y seductor del dirigente) es uno de los elementos clave del líder, aunque también implica riesgos si es que no se maneja en dosis adecuadas.

Bolivia, dentro del contexto latinoamericano, es un país donde la cultura política está marcada por el carisma personal de los presidentes, explica Wanderley, lo que significa que los líderes políticos deben ostentar la capacidad de conquistar "emocionalmente" a la gente para ser electo y permanecer en el poder.

Sin embargo, según anota esta investigadora, el peligro de los liderazgos carismáticos está en su propensión a la concentración de poder y a erigir gobiernos autoritarios. Por ello, considera que "el líder ideal debería comprender que su rol en la historia es de transformar y transcender las condiciones existentes hacia la expansión del bien común".

El símbolo y su mirada

Con el advenimiento del proceso político en curso en Bolivia es posible divisar un punto de inflexión respecto al paradigma de liderazgo. Así lo entiende un estratega político consultado por Ideas, que no quiere ser citado.

Según su reflexión, antes de 2003 el modelo de liderazgo se centraba en el "tecnócrata", aquel que estudia fuera del país (EEUU, con primacía), y que es capaz de administrar la cosa pública de forma eficiente (al menos en teoría). Tal es el caso de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien fue justamente el personaje con el que explosionó ese esquema.

En la actualidad, agrega, el paradigma está asociado a un liderazgo de mirada "endógena", que se expresa en la idea "gobernarnos a nosotros mismos" y que se asienta en su capacidad de "representar" a las inmensas mayorías. El presidente Morales lo expresó de forma contundente recientemente: antes eran los "Chicago boys", ahora los "Bolivia boys".

Wanderley sostiene que el líder ideal debe entender el imaginario simbólico mayoritario de la población y hablar su lenguaje para generar la "identificación emocional", lo que incluye a su vez la comprensión de sus aspiraciones, y el cómo proyectarlas discursiva y simbólicamente de forma inteligible.

Pero, los cambios trascendentales en torno al talante del liderazgo no sólo sucedieron internamente, sino también en todo el mundo. Andrés Torres identifica que en el contexto externo también se dio un punto de inflexión respecto a la condición del líder.

Y es que -asegura- si en el siglo XX predominó el dirigente que tenía la mirada "en blanco y negro" (buenos/malos, amigo/enemigo), el siglo XXI exige a un líder político vislumbrar todo "a colores y en tercera dimensión", con todo lo que ello implica.

"El líder ideal en Bolivia es un líder que te plantea el cambio de la cultura política, el cambio de la cultura institucional hacia una sociedad más plural, más justa, más equitativa y más eficiente profesionalmente", sostiene Torres.

Del estadista y sus virtudes

Gamboa Rocabado sostiene que el líder ideal es "es capaz de retirarse de la escena para pasar a la historia como un líder que puede renunciar a la vanidad del poder y ser recordado como el imprescindible, aun cuando abrió la puerta de la toma de decisiones directa llevada a cabo por sus seguidores".

Con todo, este especialista enumera las virtudes que el perfecto líder político debe tener: a) agilidad mental para decidir rápidamente sobre el rumbo a seguir frente a miles de seguidores que esperan que alguien les diga cómo y hasta dónde actuar; b) capacidad de trabajo y diagnóstico inmediato de los problemas por resolver para mostrar siempre la imagen de un líder que tiene las respuestas en los momentos más oportunos; y c) habilidad para escuchar y tomar una decisión en medio de la algarabía donde la gran mayoría de personas podría perderse. Saber escuchar y darse cuenta inmediata de la situación es más importante que la elocuencia de palabras que terminan por cansar a los seguidores.

Una característica esencial y trascendental del nuevo líder debería ser tener una mirada que vea más allá de su circunstancia, como lo sostuvo el sociólogo Gonzalo Rojas en una entrevista anterior con Ideas: "Lo que necesitamos son estos hombres que son capaces de mirar más allá de sola circunstancia. Más allá de su lugar de preeminencia circunstancial y mirar por una cosas más abstractas, que es un bien común, un sentido de bolivianidad, proyectada al mediano y largo plazo. Ésos son los estadistas y de ésos tenemos pocos".

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>>> Puntos de vista

Franco Gamboa Rocabado, sociólogo:

El carisma es el corazón de todo liderazgo

El lugar del carisma es el corazón de todo liderazgo, el cual es difícil de definir pero se caracteriza por un atractivo que embelesa a los seguidores.

El carisma puede ser innato como en aquellos conductores de hombres y mujeres que pueden guiar sin problemas o temores; sin embargo, el carisma del líder también puede ser construido artificialmente por medio de los medios de comunicación donde la imagen de televisión es capaz de desarrollar un carisma que tiene un lugar privilegiado: el alcance masivo y la construcción de una realidad virtual que mejora enormemente las cualidades de un líder pero también puede sumirlo en la decadencia porque los medios están acostumbrados a la novedad permanente y la artificialidad que desecha carismas electrónicos de la noche a la mañana.

El carisma puede tener un lugar esencial, no lo es todo, pues el líder debe saber compartirlo. Los seguidores ansían mucho que su pequeñez sea compensada con la aproximación a los grandes hombres y mujeres que tienen la habilidad de cultivar una relación fuerte y duradera de tú a tú, para después disponer como el líder quiera de sus seguidores en otro momento de relación vertical para dominar plenamente en el escenario del poder.

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Fernanda Wanderley Socióloga:

"Líder debe comprender su rol en la historia"

El carisma personal de los líderes políticos juega un rol fundamental en Bolivia. Sin embargo, el peligro de los liderazgos carismáticos puros reside en su propensión a la concentración de poder y a gobiernos autoritarios.

Por lo tanto, el liderazgo político ideal no debería sostenerse únicamente en la capacidad de responder al imaginario colectivo dominante para su perpetuación en el poder.

El líder ideal debería comprender que su rol en la historia es de transformar y transcender las condiciones existentes hacia la expansión del bien común. El líder ideal utilizaría su carisma para definir nuevos horizontes y expectativas sobre la vida colectiva que transciendan intereses particularistas y de corto plazo, incluso sus propios deseos de poder.

Este líder tendría una visión de la sociedad deseable a una escala mayor a su propio tiempo de vida. Este líder debería utilizar su carisma para reafirmar valores, principios e instituciones democráticas, equitativas y respetuosas del medio ambiente y de la pluralidad cultural.

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Los rasgos del imperfecto líder

1 - No es heroico

No soporta ni sobrelleva los avatares que se anteponen por ser político ni pone en riesgo su integridad física y personal por ello.

2 - No es combativo

No tiene capacidad de lucha. Ante las amenazas de un régimen político, decide "ocultar la cabeza" o bajar el tono a su discurso.

3 - No tiene carisma

No cuenta con el atractivo capaz de seducir a la gente, tampoco trabaja en ello.

4 - No escucha

No tiene la habilidad para escuchar y no puede tomar una decisión en medio de la algarabía, donde la gran mayoría podría perderse.

5 - No representa a las mayorías

No percibe las transformaciones como el cambio del paradigma de liderazgo: del tecnócrata al que representa mayorías.

6 - No Es honesto

El imperfecto líder político es deshonesto, no tiene credibilidad, tampoco transparencia.

7 - No tiene una mirada plural

Mira el mundo en blanco y negro, entre amigos y enemigos, buenos y malos, y no en lo que hace a la pluralidad.


8 - No es estadista
No mira más allá de su circunstancia, no vislumbra una proyección a largo plazo.

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