"Me mueve hacer visibles a los invisibles, a los que también son los derrotados de la vida", Roberto Navia, cronista

Foto: Facebook RN
Entrevista.- El martes 6 de mayo recibió el premio Libertad, otorgado por la Asociación Nacional de la Prensa.

Roberto Navia soñaba con ser arquitecto, pero hoy es periodista. Ha rescindido la posibilidad de ascender a editor, por hoy prefiere las calles a un escritorio. Se inclina más a subirse a un camión y encontrarse con la gente, que asistir a las cumbres de presidentes y estar cerca del poder. ¿Quién es este cronista que parece nadar a contracorriente?

Trabaja en el área de reportajes de investigación y crónicas especiales del diario El Deber. Por su labor fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo, la medalla Huáscar Cajías a las nuevas generaciones y el Premio Ortega y Gasset, otorgado por el diario El País de España.

Nació en Camiri, Santa Cruz, hace 39 años. Es hijo de un carpintero e integrante de una familia migrante, que un día salió desde su terruño en busca de mejores oportunidades. "Siempre digo que soy un migrante de oficio. Si es que mis padres no hubieran viajado casi siempre en busca de días mejores, quizá yo sería un burgués, un empresario o un cajero de banco", comenta.

Esta vivencia ha marcado su forma de trabajo y el cómo aborda los temas, puesto que afirma que haber sido un "migrante constante" incide en su "forma de narrar, de enfocar los temas, de buscar respuestas del fenómeno de la migración, a través de historias de otros migrantes".

Precisamente, en 2007 ganó el premio Ortega y Gasset, al que considera como un "aliento internacional" que marcó un antes y un después en su carrera, por un trabajo relacionado con la migración. El reportaje tituló "Esclavos made in Bolivia".

En su trabajo, la ética ocupa un papel central. Por eso sostiene que cuando uno hace periodismo de investigación esa cualidad "se pone a flor de piel".

Este martes, será distinguido con el premio Libertad – Juan Javier Zeballos, otorgado por la Asociación Nacional de la Prensa.

Si bien en la actualidad su profesión no es aquella primigenia idea colegial de ser arquitecto, el factor estructural de aquel sueño aún está latente: la construcción, utilizando en vez de ladrillos, la palabra escrita. "El periodismo y la literatura me llamaban para construir historias", relata ahora el cronista.

Para llegar hasta donde estás, ¿qué tuviste que sacrificar?
Trabajar mucho y trabajar más. Un trabajo a tiempo completo, que implica no sólo las horas que exige estar en la redacción, reportear y escribir. Sino también formarse, conocer los textos de autores, leerlos y reelerlos. Lo primero que uno sacrifica, lamentablemente, es lo que tiene más a mano: la familia.

Lo que significa no estar presente en los cumpleaños, en las navidades ni años nuevos o simplemente los fines de semana de churrascos. Estas cosas, que pueden resultar banales, resulta que tienen un peso vital en la consolidación de las familias. Pero tuve la suerte de tener una familia que me acompañó y soportó no sólo mis ausencias, mis encierros en mi biblioteca donde me refugio para escribir textos que van más allá del diario donde trabajo.

Lo digo esto no como una queja, porque cuando uno se decide por el periodismo, sabe a qué se mete. Este oficio es un apostolado y lo lleva metido en la piel durante todo el día.

Roberto, soñabas con ser arquitecto ¿Cómo es que se cruza en tu camino ser periodista?
Fue durante los años de colegio que me atraía la arquitectura. Lo que me movía era el diseño y la construcción ladrillo a ladrillo. Convertir la suma de materiales en algo enorme, bello y útil. Pero después descubrí que lo mío no era esa profesión en específica, porque sentía algo más fuerte por otra cosa, pero que también tenía que ver con la construcción.

El periodismo y la literatura me llamaban para construir historias. Lo mío, eso lo sentía en cada hebra de mi piel, era mirar a las personas y conversar con ellas. Descubrí en esa práctica, que cada ser humano tiene varios mundos que revelar. Entonces, escribir todo ese material acumulado en las libretas de reportero, resultó que era lo que siempre había soñado ser.

El periodismo es un asunto de movimiento constante, de pataperrear a sus anchas, de caminar por las esquinas de las ciudades, de los pueblos y de los montes para llegar a la cabaña del guerrero de noche y tenderse a dormir como un oso, para volver a empezar mañana y después tomarse un tiempo para meditar, para escribir.

Al cronicar el mundo es un acto maravilloso porque permite conocer la realidad por todos sus costados. Cada ser humano es una enciclopedia a la que hay que desempolvar. Hoy estar con un mendigo y más de un rato con el poderoso presidente de algún país. ¿Qué oficio te puede permitir eso? Ese quizá sea el mayor valor que tiene el periodismo.

Recibiste varios premios, el más importante el Ortega y Gasset, ¿qué es lo mejor que te han dado los galardones?
Los premios me han dado muchas cosas y he aprendido a sobrevivir con cada una de ellas. La primera caricia que te da un premio es el privilegio de que varias personas que no te conocen (el jurado) califican tu trabajo y coinciden en que vale la pena reconocerlo. Después viene un interesante proceso de visibilidad que llega de la mano con el galardón. Y resulta que la palabra de uno tiene peso, que te escuchan, que te toman atención y te invitan a seminarios y conferencias. Todo eso es un reto muy agradable y fuerte porque ya no solo te califican por lo que escribes en los reportajes y en las crónicas, sino, también por lo que opinas y por lo que piensas.

Pero hay otro elemento que quizá sea más importante: Los reportajes que son premiados entran al olimpo de una especie de eternidad momentánea. Esos textos son reeditados, resucitan y la gente los busca para leerlos o reelerlos y en las universidades hasta los estudian. También ocurre que se da un cambio en la sociedad, una respuesta y hasta solución al problema del que trata un reportaje. Por ejemplo, tras que se supo que mi separata Esclavos made in Bolivia que se publicó en EL DEBER, en Argentina hubo una batida por parte de las autoridades que clausuraron seis talleres de costura donde esclavizaba a bolivianos.

El Premio Ortega y Gasset fue un aliento internacional que marcó un antes y un después en mi carrera. Fue un reconocimiento a un trabajo periodístico al que había apostado después de haber soñado durante mucho tiempo para meterme en las entrañas de un tema peligroso y necesario de revelar. Esclavos made in Bolivia, recuerdo, fue apoyado por la Fundación Unir (que en ese tiempo patrocinaba una beca periodística), de la legendaria Ana María Romero de Campero, que junto a EL DEBER, apostaron por un mega proyecto. Y claro, tengo la dicha de trabajar en un diario que ha hecho del periodismo de investigación un compromiso vital con sus lectores.

Y ahora, el premio Libertad, es un galardón que me llena de fuerza porque lo entrega la ANP, una institución que es el instrumento visible de la democracia, una trinchera de la libertad que protege la libertad de expresión.

¿Para llegar hasta donde estás qué es lo que tuviste que dejar de lado, o qué tuviste que sacrificar?
Trabajar mucho y trabajar más. Un trabajo a tiempo completo, que implica no solo las horas que exige estar en la redacción, reportear y escribir. Sino también formarse, conocer los textos de autores, leerlos y reelerlos. Lo primero que uno sacrifica, lamentablemente, es lo que tiene más a mano: la familia. Lo que significa no estar presentes en los cumpleaños, en las navidades ni años nuevos o simplemente los fines de semana de churrascos. Estas cosas, que pueden resultar banales, resulta que tienen un peso vital en la consolidación de las familias. Pero tuve la suerte de tener una familia que me acompañó y soportó no solo mis ausencias, mis encierros en mi biblioteca donde me refugio para escribir textos que van más allá del diario donde trabajo.

Lo digo esto no como una queja, porque cuando decide por el periodismo, sabe a qué se mete. Este oficio es un apostolado y lo lleva metido en la piel durante todo el día.

Eres un migrante, por su periplo personal y familiar, ¿en qué elemento central dirías que te marcó esa particularidad para lo que eres hoy?
Siempre digo que soy un migrante de oficio. Si es que mis padres no hubieran viajado casi siempre en busca de días mejores, quizá yo sería un burgués o un empresario o un cajero de banco. Si no hubiera tenido dos abuelas que me contaban cuentos de aparecidos durante las noche de lluvia, o si no hubiera pasado mis vacaciones en un rancho oculto en algún lugar de la selva boliviana, donde una tía me revelaba los misterios de sus antepasados y me aseguraba que el cementerio que estaba a menos de 50 metros de la casa era parte de nuestras vidas, quizá nunca hubiera buscado a la escritura como una forma de exorcizar mi mundo particular que me tragaba en silencio durante mis años de niño.

Haber sido un migrante constante, el de abandonar incluso el colegio de un pueblo para viajar a otro y conocer ahí a los nuevos compañeros, es un asunto que ahora golpea mi forma de narrar, de enfocar los temas, de buscar respuestas del fenómeno de la migración a través de historias de otros migrantes.

Cuándo comenzaste como periodista ¿Con qué aspiración o meta central iniciaste? Con el paso del tiempo, lugares y demás ¿Aquello ha cambiado?
Empecé a convertirme en periodista cuando estaba en el segundo año de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. Recuerdo que la docente de prensa dio una tarea: elegir un tema, reportear y después escribirlo. Con los pocos pesos que tenía fruto del trabajo de escribir los mensajes radiales que se difundían en la radio Santa Cruz, yo tomé un bus destartalado rumbo a Aiquile, que apenas semanas atrás había sufrido un terremoto catastrófico. Creo que ese fue mi primer trabajo en serio. Aquella vez había reporteado con esmero pero no pude escribir un texto que me satisfaga porque no tenía las herramientas de las palabras para construir una historia meritoria. Por eso, cinco años después volví a Aiquile y me topé con datos mayores. Publiqué un reportaje que titulé: La corrupción sigue haciendo temblar a Aiquile. La nota hacía referencia a cómo las donaciones que llegaron supuestamente para reconstruir el pueblo, habían sido desviados a cuentas particulares. Se robaron hasta las muletas. Con esto quiero decir que no solo hace falta el entusiasmo para abordar los temas, sino, hay que esforzarse por tener una formación cada vez mayor, es urgente y necesario munirse de las herramientas de la literatura para construir textos con potencia.

¿Qué ha cambiado desde entonces en mi forma de trabajar? La esencia sigue siendo la misma: acudir a los ‘campos de batalla’ para toparme con los dueños de las historias de primera mano.

Sé que rescindiste la posibilidad de ser editor en varias ocasiones ¿Cuéntamos por qué te cuesta dejar las calles por el escritorio?
Suelo decir que desde el escritorio no se puede ver el horizonte. En una oportunidad fui jefe de redacción del diario El Norte, que el diario EL DEBER instaló en Montero. En ese puesto trabajé con alegría y responsabilidad. Era 2003 y no podía creer que mientras en Bolivia se desangraba en la llamada guerra del gas, yo estaba quieto en un escritorio. Por lo menos en esta etapa de mi vida, lo mío es ser un trotamundos, un gitano de oficio, un meterme donde no me llaman. Este mundo es esférico y hay que recorrerlo. Ya lo dijo nuestro maestro García Márquez, hay que vivir para contarla.

Ahora, quiero aclarar que guardo un fuerte respeto por los editores, jefes de redacciones y directores de los diarios. Ellos hacen un trabajo monumental y necesario para que salgan las ediciones a tiempo y bien. Es un trabajo admirable que obviamente no descarto realizar en algún momento, como una especie de estación cuando crea necesario alivianar las andanzas.

¿De qué elemento central depende que un periodista logre trascender las fronteras de su país?
No existe una receta, o por lo menos una receta única. Cuando yo entré por primera vez a una sala de redacción quedé maravillado por la mística de trabajo que genera un lugar así. Pero me daba cuenta que eso no era suficiente para ser un buen cronista. En el camino fui descubriendo que no hay nada que pueda contra un periodista apasionado. Pero la pasión sola no sirve, hace falta una dosis fuerte de trabajo duro y de lecturas constantes. Todo eso hace un coctel que ayudan a crear musculatura. Resulta que los textos que uno escribe, después de ser publicados, hacen su propio camino, algunos caminan y otros vuelan y trascienden la frontera llevando tu nombre.

Y una historia te lleva a otra, como también un libro a otro y un país a otro. Vivimos un momento en el que la crónica es la reina de la noche. De ella se habla en diferentes partes del mundo. La editorial Alfaguara, que publicó una crónica mía en el libro Antología de Crónica latinoamericana actual, llegó a decir que se está viviendo un nuevo boom latinoamericano.

¿Cuál es la principal motivación que tienes para seguir haciendo relatos y crónicas, en un medio en que reina más la información coyuntural?
Son varias motivaciones. La principal, luchar por hacer lo que de verdad me gusta. Y a mí me gusta eso, la prosa pensada y el reporteo sin la rapidez loca que te exige la coyuntura. Hay un dicho que manejan los cronistas: los cronistas siempre llegamos tarde, a propósito, al lugar de los hechos. Y lo hacemos para reportear sin aspaviento, para tomarnos el tiempo de mirar los ojos de las personas y de escuchar el zumbido del viento. Es que los ojos de la gente y hasta el color del viento están cargados de historias.

Me mueve hacer visibles a los invisibles, a la gente de a pie, a los que también son los derrotados de la vida, a los que moran en el submundo, a los discriminados por realizar un oficio que está cerca del ‘pecado’. Me gusta subirme a un camión y encontrar en la carrocería a aquellos seres humanos que se mueven en busca de algo. Me gusta estar lejos de las cumbres de presidentes, donde por lo general, se muestra una realidad que no existe y se tratan de escribir la historia desde el punto de vista del poder, de esos seres que no conocen la calle y lo que sucede en los mercados de los países que gobiernan.

¿Cuál es la principal amenaza que identificas para el ejercicio de un periodismo libre e independiente?
Las principales amenazas son los intereses económicos o políticos que intentan ocultar datos o historias que los comprometan. Por eso, un periodista es un personaje incómodo al que quieren que esté muy lejos de ellos.

Recuerdo que Riszard Kapuscinki decía que las fuentes oficiales siempre mienten, a no ser que demuestre lo contrario. Ese mensaje es valioso para darnos cuenta que el poder suele estar más interesado en ocultar cosas que en mostrarlas.

Un periodista mal formado, que no se prepare, que no aspire a investigar su realidad también puede ser una amenaza para la profesión. Para cabalgar en un mundo que cada vez es más hostil, es necesario una dosis mayor de conocimiento para cuestionar a los que nos gobiernan.

¿Cuál es la ocasión en que más fuertemente se puso a prueba tu ética? ¿Contanos como sobrellevaste aquello?
En las ocasiones en que uno hace periodismo de investigación es cuando la ética se pone a flor de piel. Me ha ocurrido que cuando investigaba hechos de corrupción, aparece gente que con un descaro intenta frenar tu investigación creyendo que el dinero lo puede todo. Ahí lo que hice con mucho gusto fue tirarles el dinero en la cara y decirles que este oficio, noble como es, no se compra ni se vende. La credibilidad lo es todo en el periodismo. Si pierdes eso, te conviertes en un fantasma, en un ser desnudo. En el periodismo no solo hay que parecer honesto, sino, es necesario serlo. La ética se pone a prueba el rato menos pensado.

Pensando de aquí a unos 50 o 100 ¿Cómo quisieras que te recuerden, a partir de qué elemento?

Sería muy pretencioso decirlo. Pero creo que todo cronista lo que desea es que sus textos vivan más tiempo que uno. Que sigan alzando vuelo por todas las esquinas del país y del mundo.

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Hoja de vida
Origen.- Nació en Camiri, Santa Cruz, hace 39 años.

Premios.- El año 2007 recibió el Premio Ortega y Gasset de Periodismo en España, entre otros.

Carrera.- Trabaja en el El Deber desde 1998.

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